-
El cielo no te deja llorar

Sería como un sábado a las 7am en un parque, una caminata sin nadie en la ciudad. Un café solitario. Una bolsa de basura nadando sobre Vasconcelos. No notarás el cambio de que ya no rondas en la tierra. Piensas que estás en un sueño, pero habitas donde siempre quisiste estar, en paz, solo, sin ruido, sin distorsión, sin palabras. Caminas las avenidas donde atropellan a doce ciclistas diariamente. Las montañas están llenas de apatía. Está nublado, parece que va a llover pero nunca va a pasar. Hace frío, aunque habitas un desierto vacío, no tienes prisa de cubrirte. No tienes prisa de quitarte el dolor, porque por primera vez no sientes. No hueles, no saboreas la brisa. No sabes vivir en paz, porque nunca lo has tenido que hacer. No sabes sonreír así que intentas sonreír a tu reflejo. Dios aparece entre las nubes como un rayo de sol todos los días a la 1:28pm. Con una oración que te hace revivir un poco. Se te olvida que estás en el cielo. Cada quien vive en soledad en su propio paraíso. Parece ser el peor infierno. Creo que le faltó mencionar eso al Padre Raymundo, estarías más tranquilo si lo hubiera sabido desde antes. No sabes como lidiar con el mundo porque ya no existe. Ya no tienes con que o con quien quejarte. Solo contigo mismo. Huele a lluvia, pero el pasto está seco, los árboles se mueven pero no se siente el viento. Caminas cantidades exageradas solo para no estar estático, porque al estar eso mismo es donde más te arrepientes de todo lo que nunca pudiste hacer. Vas dándote cuenta que los ecos que escuchas sobre las avenidas son de todas las mentiras que dijiste en tu vida. Ahora el cielo se llena de decibeles. Ahora el cielo se distorsiona. Cada monosílaba falsa que prometiste navega tu mente. Te aturde y no sabes en qué dirección respirar. El cielo no te deja llorar. No puede existir humedad entre tus párpados. Esperas que sea la 1:28pm para que puedas recibir tu cifra diaria de esperanza para darle sentido a esta realidad. Esperando que cambie. Esperando que acabe. Esperando que llegue Dios a salvarte. Esperando que el sol nunca baje. Esperando llegar a Edén. Esperando el cielo prometido. El paraíso. El lugar donde están todos tus ancestros esperándote, el lugar donde todo el sufrimiento tendrá sentido, dónde está tu perro de la infancia corriendo hacia tu olor, donde está el hijo que perdiste en el segundo trimestre. Dónde está tu madre esperando un abrazo desde que falleció. Dónde está tu hermano al cual nunca te pudiste despedir. Donde están todas las almas que brillan sobre tu cuerpo. Está la persona que pudiste ser, la versión de ti que nunca podrás llegar a ser.
Piensas que Dios te metió a un sótano de tortura. No esperas cambio. No dices nada. No lloras. No sabes portar incertidumbre. Eres invadido por todo lo que siempre quisiste ser. Un ganador. Y pierdes todos los días. El rayo de sol siempre se tarda en llegar. 7 segundos de oxígeno en las ondas del océano pacífico. ¿Cómo vivir con 7 segundos? ¿Cómo vivir de una promesa del catecismo? ¿De una promesa que parecía tan simple cuando la decía la maestra de religión? ¿Cómo vivir, si ya moriste?Eugenio Gutiérrez, ©2025
-
Desapareció la Sierra Madre

Desapareció la sierra madre
Se acabaron los goles de mundiales
Se abrió la última botella de vino
Se prendió el último cigarro en un festival
Se acabaron los miedos de decir la verdad
Se recicló la última botella de coca cola
Se rescató el último niño en el medio oriente
Se acabó el último primer beso adolescente
Llovió por última vez en Oregon
Se acabó el sol en el desierto regiomontano
Ya no hay confesiones de amor con serenata
Ya no hay historias nuevas
Cayeron lágrimas en el baño por última vez
Se generó fricción entre jeans por última vez en el cine
El comedor se llenó por última vez
La cocina no huele a maravillas
El sol no tatúa nostalgias
Las nubes no desvanecen la apatía diaria
Se acabó la hueva del domingo, los abrazos de hermano, las ilusiones de una carta, el amor a distancia, el amor cercano, los días soleados, la huella de una mascota arruinando tu camisa favorita, los salarios, las horas libres, las asistencias, las promesas. Se vuelve blanco. Crea opacidad. Solo siento mi respiro, Ya no hay nada. No existe nada más. No puede existir. Mi padre ya no me ofrece cerveza. Mi madre ya no me ofrece una clase para pasar mis tardes con miseria, mi hermana ya no se ríe junto a mí. Mi hermano no recuerda mi nombre. Mis abuelos piensan que soy vendedor. Mi perro no reconoce mi olor, ni mi voz, ni mi rostro. Ni yo lo recuerdo. Cancelaron clases, cancelaron todo. Es asueto con puente que brinca toda la semana. Ya no hay estados de mente. Todos viven cómo fantasmas rondando las calles. Buscando un halago accidental. Ya no existen problemas de dinero, solo de alma. Huyo de mis noches para buscar amaneceres. Nazco al correr. Corro para buscar una salida, al escapar me encuentro un poco. No hay fogatas, ni historias que contar. No hay encuentros mágicos con mujeres hermosas en supermercados. No hay amor que dure. No hay mensajes de reencuentro. No hay reinicios. No hay segundas oportunidades. No hay nostalgia. Solo fuerzas extrañas que nos fuerzan a resistir el cambio.
Pero existe una mujer. Que va por las calles ofreciendo consejos. Haciendo sonreír a pasajeros afortunados. Me hace sonreír a mí. Tiene ese efecto con las personas. Causa que claveles florezcan alrededor de su cuello. Viaja conmigo de vez en cuando en mi carro. Me cuenta lo que la hace sufrir, comparto algún comentario que pudiera hacer que piense más de mí. La hago reír sin querer. Creo que es bueno. Creo que todos quisieran admirarla como yo la admiro. Siempre la recojo en el mismo lugar. Solo andamos en el carro, no nos bajamos a cenar, ni a mi casa. Porta 32 perlas blancas que se alinean como los astros para formar una constelación que esconde una voz que causa celos a los ángeles. Es un amanecer en este mundo lleno de neblina. Cada célula de mi cuerpo se prende en fuego al verla sonreír. Pide que acelere hasta el punto que grita. Pide Bruce Springsteen sin parar. Pide que el viento nos dañe el pelo. Porta los mismos lentes de sol, Cartier. Aveces arriesgo nuestras vidas para verla en medio de la carretera. Y cada vez vale la pena. Cada vez que volteo pierdo un miedo, el sol se encaja entre su cabello, sus ojos se confunden con los colores del cielo, su sonrisa invade mi vida, ese momento es el atardecer perfecto, dónde está ella sonriendo. El sonido del carro rascando el asfalto, su imagen acuchillándome la encía, su voz sofocando mis vértebras, su pelo navegando mis arterias, su mano sobre mi hombro resucitando la vida en mí.
Cada vez que lo hago el mundo pierde un kilómetro cuadrado de neblina. Lentamente la Sierra Madre aparece. Cada día, ella va resucitando la vida de la ciudad. De repente es primavera y me levanto temprano. De repente la música no tiene distorsión, y la cocina está llena de familiares. El sol salió y está en mi carro cantando que quiere correr sin parar, quiere amar hasta que muera, y yo estoy listo para morir.
Eugenio Gutiérrez, ©2025
-
Revalidación

Tanta dualidad en 24 horas. Una mirada que ofrece tanto, que dure hasta sangrar. Tanto sufrir en 24 horas, tanto dolor en las diferentes formas que el sol le puede pegar su cuerpo. Quisiera un día entero para verla. 24 horas para ti. Prefiero vivir esas contigo que una vida completa con tu sombra. Donde pueda decir la verdad y acomodarte el cabello.
Algunos instantes para denunciar el tiempo por tardarse tanto en provocar en que nos miráramos. Una intercambio que compartimos te dió más gusto que cualquier collar costoso que te regala tu novio. Ves en mi algo que no sé si exista. Quisieras tener conversaciones conmigo que no sé si tendría las palabras necesarias para ladrar una respuesta digna. Sé que dudarías de cada mural que mancho con mi grito. Sé que estarías harta de mi respiro.
Sé que tienes tatuadas en los hombros palabras que alguna vez tu padre gritó. Sé que quisieras ir de sabático. Sé que odias los martes, porque ese día, en la noche, dudo de todo lo que me dices y de la realidad de tus besos, y pienso, un poco en cada flama que te rodea el cuerpo y como me quemo al tocarte. Tengo todo el cuerpo quemado. Sé que te quisieras ofrecer para darme injertos. Sé que dejarías todo para visitarme al hospital. Ahí siempre es martes. Ahí me mandas cada vez que parpadeas. Me lleno la ropa de rebaba. Porto clavos en la espalda. Me dirijo al trabajo sin saber que estudié. Sé que entre tus brazos me acordaría mejor. Me levanto todos las mañanas esperando que sea el día en que llegue la noticia que me cambie la vida. Pero quizá no es sobre eso. Quizá todos estamos mal, nadie acierte a la pregunta más cautivadora de la casa de la abuela. ¿Cuál es el propósito de la vida? Todos estamos mal. Todos tenemos historias diferentes o explicaciones plagiadas. Todos tenemos un motivo diferente, todos tenemos una imagen diferente en la mente al momento que suena la alarma el lunes. Queremos todo, y ni decimos por favor. El propósito de la vida es encontrar momentos, fotografías, recuerdos, chispas en donde todo suele pasar más lento de lo habitual. Eso es vivir. Recibir noticias de tu hermana que va a ser madre, ir todos los domingos a la tumba de tu padre a decirle las cosas que portas en la gabardina. Llorar con tu pareja por primera vez desde que eras niño. Bailar y fingir que sabes que estás haciendo. Romperte la voz por querer imitar a Juan Gabriel. Mudarme de vez en cuando y verle el rostro a los días fríos.
Lento. Así debe ser la vida. Todo lento. Sentir la brisa lenta murmurar mi futuro al oler la voz de la chica que guarda girasoles en el cabello.
Eugenio Gutiérrez, ©2025
-
Soñé que la besé

Soñé que la besé y no tuve problemas. Su canto me hizo levitar y pude controlar toda la tierra con un bostezo
Soñé que me solucionaba el problema que tengo al abrir los ojos todas las mañanas a las 5:57 am.
Soñé que yo era el problema, quizá la solución está en soñar así todos los días.
Soñé que la lluvia causaba alguna acción romántica con una rola de Chicago de fondo.
Soñé que la respuesta está en la cumbre más alta. (Está en el pozo más hondo)
Que fácilmente puedes fingir olvidar.
Que sabía decir te amo sin temblar.
Que la simpleza aturdía hasta el punto de sonreír.
Que al prójimo ya no se le habla en usted.
Que las últimas despedidas son prolongadas por abrazos duraderos.
Que el tiempo no existe, los relojes solo indican temperatura.
Que tuve el valor para decir algunas letras compuestas para hacer sentir especial a una mujer que duerme en los astros.
Que tuve el valor de no mentir a la cara.
Que me tomé el invierno para pensar en qué rincón de tu sonrisa me quiero acomodar.
Que nos hablábamos en un lenguaje que solo tú y yo podíamos entender, nos enamorábamos y nadie lo sabía.
Que ignorábamos todos los pretextos.
Soñé que nos besábamos en la lavandería, reíamos como niños, el cuarto se llenaba de burbujas y lo único que podía ver era tus labios buscando regresar, a donde siempre quisieron estar.
Ahora despierto y me la paso ahí esperándote, oliendo a detergente y suavitel.
Eugenio Gutiérrez, ©2025
-
Versos de asuetos falsos

Una farsa eterna de chispas constantes apretándome el cuello levitando sobre un cañón argentino. Una cartera vacía que pesa más que el Everest. ¿Habrá que morir para después vivir? La avenida se mueve hacia mí. Se mueve el cielo, se mueve el sol tratando de decir que soy un pendejo. Almas pasadas me rodean, caigo inocente en los pecados del amor. Culpable de todo lo demás, todo lo demás que se asoma por el cuarto piso. Aquellas cortinas amarillas que filtran la peor parte del sol, la que me grita hasta con apellido. El café hace su propósito opuesto, el alcohol solo navega mi flujo sanguíneo sin sentido.
Soy un idiota que genera ansiedad al verme al espejo.
Busco respuestas y preguntas para cagarme de miedo, parece que soy un imán de tragedias, quizá solo tengo que irme yo. Quizá soy el salado.Reír entre besos, respirar tambaleando, palpitar irregularmente hasta quedar con la visión borrosa.
Tendremos que sonreír a un extraño hondureño para un sueldo, cantar sin sentido en la primera clase del lunes para poder beber agua, amar hasta el tope, hasta que las hemorragias me alcancen para poder verla a los ojos, tendré que gritar versos para poder inhalar el oxígeno que me robas.
Me merezco escombro, y me regalaste un campo de flores de Ámsterdam.
¿Tendremos que amar hasta no respirar?
Entonces me asfixiaré sin pretexto.
Eugenio Gutiérrez, © 2024
-
Ojos como alucinógenos

En algún rincón de la montaña es donde cada quien se siente seguro, donde el ruido externo se pasa como cascajo. Donde el único sonido que registra mi mente es el de tus párpados amaneciendo.
Aunque el mañana sea una realidad alterada del presente, no quiero que llegue, quiero que el ahora sea siempre, quiero que el siempre sea presente. Y que seas tú lo eterno.
Fuiste tú la que rompió el reloj. La que refleja los rayos del sol sobre la Huasteca.
En mi rincón, las luces de la ciudad parecen gotas de una lluvia ácida. Y cada paso que marcan los ciudadanos como termitas devorando un pedazo de madera. Alternando ilusiones cada vez que salen al trabajo en los lunes lluviosos.
Algo sobre ti me quita el miedo de cerrar los ojos en la oscuridad
Despertar temprano y verte a tí atravesar los rayos de luz que entran por la cocina, con una camisa de mi olor, que no sea tu talla, que no sea tu estilo, pero que la uses porque te recuerda a mí, y que me abraces aunque aún no puedas abrir los ojos. Ese es mi sueño. Ser parte de tu vida mientras tú ya eres la mía. Usar nuestros ojos como alucinógenos para olvidarnos de los domingos por la noche.
Amo tanto sin pensar, me inyecto tu mirada, me hace levitar.
Tú eres mi motivo. Eres la razón por la cual se cruzan los mares. Eres este instante. Eres mi fortuna. Eres por lo que sangro, sudo, lloro. Eres la X en mi mapa. Eres la mejor parte de una canción de Peter Gabriel. Eres la razón porque corro toda la carretera 66 de Estados Unidos, y al mismo tiempo eres la razón porque me quedo estático.
Circulo la tierra buscando el momento perfecto. Pero quizá lo tiene ella escondido en su bolsillo izquierdo. Quizá dentro de sus ojos está la ecuación que nos salva a todos. Y solo la tengo que ver a los ojos sin parpadear.
Creando materia, alucinando reinos.
Dar una sonrisa, una mirada lagrimosa a veces vale más que cualquier moneda.
Creo que es de locos, entonces no soy loco, loquísimo.
Haces que las flores aparezcan alrededor de tu rostro.
Eres el motivo de mi caminar. Eres la electricidad que pasa por todos mis nervios. Eres mi reacción química.
Eres mi rincón en la montaña
Eres aquella cosa que se acuesta por el oeste todas las tardes a las 6:35pm.
Eres los fotones de cada estrella que invade mis ojos.
Eres la que hace que mi lengua patine al hablar.
Eres la certeza infinita de mis latidos irregulares.
Eugenio Gutiérrez, © 2024
-
Algo extraño de ti

Con ella todo tuvo sentido. Un abrazo que duró toda la caminata a la Avenida Constitución. Sus pies nunca tocaron el piso. Yo la cargaba y ni si quiera lo supimos. Me dirigía solo por el sonido de los claxons de los conductores desesperados que cruzan esa calle tres veces al día.
Con ella ahora parece que los miércoles se pueden saltar. Que no existen los parciales. Ahora solo existen los momentos en que la miro. Lo que pasa en el exterior es lo que enreda nuestros instantes.
Porque nuestras palabras se resbalan unas tras otras, sumando renglones a nuestras pupilas.
Me da ganas de hacer algo repentino, decir que amo a una chica que ni conozco. Invitarla a Bulgaria. O nadar de San Francisco a Australia. Perdernos entre Andrómeda. Arriesgar algo, una migaja, vender el carro y mudarnos a Buenos Aires. Subir el Monte Everest descalzos, abrir un bar en la Avenida Madero, ganar un Oscar, ganar el Balón de Oro. Ganar en cuartos en la Selección Mexicana. Forzar un juego 7 con un equipo de básquetbol de Puerto Rico. Aprender a surfear y ganarle al pelado brasileño por la medalla de oro. Grafitear el palacio gubernamental. Cruzar el Sahara patrocinado por North Face. Sobrevivir una pandemia…
Encontrar una cura de la depresión dominguense, evitar que mi lengua patine antes de que pronuncie la primera sílaba a una mujer.
Algo de cómo me habla me quita el miedo a caer, el miedo a cagarla en el penal decisivo de la final de fútbol de la escuela.
Algo de como camina balancea las dagas que caen sobre nuestras cabezas.
Ella evitó el fin del mundo en 2012.
Eugenio Gutiérrez, © 2024
-
Tabaco con Julieta (sin indumentaria)

Quedo estático después de relajarme junto a ella, como una escultura del renacimiento, sentado, desnudo a su lado. Ella sigue despeinada, levanta su pierna derecha, yo sigo paralizado tratando de entender lo que acaba de pasar. Me ofrece un cigarro, le digo a Julieta «no fumo”, sonríe con sus clavículas y contesta, “creo que ahora si vas a querer”. Dudo de mis conocimientos adquiridos en pláticas de primaria sobre el uso de drogas, recuerdo aquella banda que puede describir la que estoy apunto de hacer, ¿Si estará tan cabrón? Fumar después de amar a Julieta. Ella saca un paquete de cigarros Camels, y su encendedor rojo que combina con su pelo punzocortante. Extiende su brazo y escojo el cigarro que se ve más cargado de cáncer. Como negarle la palabra a ese acento Sonorense.
Acomodo el cigarro entre mis labios resecos, ella hace lo mismo, pero de una manera natural. Se ve tan cómoda con toda su piel expuesta sobre el sillón de piel. Prende su cigarro e inhala por primera vez, cierra los ojos al sentir que todo su cuerpo se acelera ante las primeras inhalaciones de tabaco del día. Exhala y una nube de tabaco me cubre el rostro. Sigo paralizado, ya no sé el motivo. Cuando muevo un poco el brazo hacia el encendedor se me cae el cigarro al piso. Ella que está sentada mueve su pierna y levanta el cigarro del piso con los dedos de su pie. Lo mueve despacio hasta que lo acomoda entre mis labios de nuevo, se inclina hacia mi, prende el encendedor de aceite y me enciende el cigarro. Justo cuando hago la primera inhalación mi vista se olvida del cigarro y se enfoca en los labios rojos que tengo a solo centímetros.
Siento que el tabaco invade mis pulmones, y cada segundo que pasa pierdo una semana de vida, pero estoy extasiado, estoy sobreestimulado, nicotina, los muslos de Julieta. Quizá solo muero por ella porque ella no muere por mi, aún.
Su mirada periférica me convierte en gramos de cenizas, me siento como un estúpido. ¿Será que soy? No creo, estoy con Julieta, con la guapa de la prepa. Y me dan ganas de humedecer mi abdomen , siento que estas lágrimas me desvanecen. Cuánto valor se requiere para amar a Julieta, cuánto valdrá olvidarla.
A este cuarto igual que a mí le falta tratamiento, Julieta fuma, voltea a ver por la ventana esta metrópolis de mierda, tenemos las ventanas abiertas, huele a banqueta mojada, ese olor me recuerda cuando mi madre me decía que me enfermaría si salía a correr en la lluvia con mis primos. Pasan carros con motores con falta de mantenimiento sobre baches que el gobierno pone en las calles para joderte el día. Son de esos climas que a huevo solo suceden en un miércoles o un sábado. Me miro en el espejo, dudando. Dudando si mi yo de primaria estaría orgulloso de mí. Con un cigarro en la boca, sin ropa, despeinado, débil. Julieta ya está en su segundo cigarro y yo sigo contemplando el primero, me pregunto si será el último. Me pregunto si Julieta vale la pena. Me pregunto si sabe mi nombre.
Mi primer cigarro ya duró un partido promedio de Wimbledon, el espejo sigue proyectando un pendejo. Julieta ve su celular. Mis vértebras se fusionan con el sillón de piel. Julieta me enseña las encías mientras trato de mover mis pestañas. Tratando de reaccionar. Paralizado por su cadera, y por la sustancia que tengo en el cerebro. Apenas logro mover el brazo unos milímetros para quitar y poner ese maldito demonio de mi boca. Me pregunto si vale la pena esta sensación momentánea. Sí vale la pena, sus ojos me comparten los secretos de la naturaleza, y su pelo me hipnotiza.
Por un sólo instante noté un cambio en la mirada de Julieta. Observé cómo veía la avenida de la ciudad, anochecía oliendo a gotas contaminadas por los gritos de mierda que lanzamos hacia las nubes.
El cigarro quema mis falanges. No sé qué haré mañana, pero siento que habrá cigarros y alabanzas. Quiero que me bese el cuello como si no existieran las semanas, como si la música fuera una farsa. Junto a ella quiero correr a través de huracanes y reescribir las leyes romanas.
Odié el primer cigarro, ahora tengo el reemplazo de la nicotina.
Eugenio Gutiérrez, © 2024
-
Chispas

En la flama encontré sentido. Por tantos lustros le vi la cara de antagonista, ahora le veo la cara de un cachorro lleno de cenizas. Recuerdo flamas pasadas, esas que se amaban más a ellas mismas, las que ni sabía que eran flamables hasta que causaron que la Sierra Madre recordará la Semana Santa de 1998.
Pero las quemaduras duran hasta que decidimos curarlas. Las lluvias intentan hacerme algo. Las tormentas entran al desierto, derrumban las dunas para intentar que levante la mirada.
Así que ahora me asfixio hasta el punto de recordarte.
Trato de encontrarle sentido al cielo, pero sólo me guiña. Trato de mirar a las sombras que me rodean, buscando una expresión facial. Intento pensar que me espera un día especial.
Pienso si es bueno mudarse de vez en cuando, trasladarse de una región a otra, intentando encontrar esas expresiones faciales en el espejo en lugar de las sombras que aparecen hoy.
Después de todo, lo único que encuentro detrás de cada esquina es su mirada que quiere convencerme que hay cosas valiosas que olvido por pasar los segundos intentando ser feliz. Ella me ve con desesperación, quiere que le regrese la mirada o que al menos con mis párpados le mande un poema en código morse.
Chispas me cubren la mirada. Veo historias pasadas en cada partícula, memorias de tiempos más libres. ¿Qué será más perfecto que vivir ahora? Repito en mi mente que hoy es un regalo. Que huracanes, incendios y tsunamis me han tratado de derrumbar. Pero ahora me toca bailar en la tormenta y manipular el fuego.
Sonrío un poco al ver lo que tengo alrededor. ¿Por qué pedir más? Si aquí tengo todo el valor del universo.
Eugenio Gutiérrez, © 2024
-
Climas agridulces

Me dirijo hacia el corazón del desierto. Atado a un asiento de camión escolar, gotas saladas me refrescan las mejillas, mi cabello seco no me permite abrir los ojos. Tengo un paliacate negro metido en la boca. Trato de mover mis manos pero mi piel se destroza al al tallarse con el mecate, seguro del rancho de quien va manejando..
Volteo alrededor, mi asiento es el único que tiene la cortina de la ventana abierta, el sol coahuilense haciendo sus deberes diarios de matar a turistas norteados, extinguiendo plantas, descomponiendo motores de carros.
Pienso en morir, ¿qué puede estar peor que esto? ¿Qué hice para terminar aquí?
Pienso en el clima frío de mi salón de computación en la primaria. El frío del sabalito de limón de la cafetería, el frío prometido que nunca se cumplió en el salón de historia.
Y ahora estoy donde nunca, ojalá me lleven a Monclova, ojalá sea mi padre el conductor, ojalá el sudor sólo sea por el sol, ojalá la sangre que sienta en las costillas sea jamaica de mi abuela.
Intento sacar telarañas de mi muñeca, para saber si mis deseos de cumpleaños de ser el hombre araña se pueden cumplir cuando más los necesito.
No siento mis piernas, mis zapatos no existen. Estoy descalzo pero sin un dedo del pie. Estoy sangrando de todas las partes del cuerpo. Estoy vacío, la sangre cambia el color del asiento lleno de polvo.
Me pregunto si existe el paraíso. Si esto es lo más bajo que alguien puede estar, ¿cuál sería el lugar más alto?
No tengo miedo, sé quién estará esperándome al caer. El camión sigue avanzando parece ir a la deriva, rodeado de fantasmas.
Ya no puedo abrir los ojos, no siento mi cuerpo, sólo siento mis pestañas contraerse. Dos brazos me quitan del asiento y me mueven a la puerta del camión. Ya sé que es lo que sigue. Le pido a todos los santos que me salven, que me den otro día, otra hora más. Otra hora más para abrazar, para mirar. Pero no pasa nada. Lo que queda de mis pies hace fricción con el polvo del pasillo. Recuerdo cuando quería ir a todos los parques nacionales estadounidenses con mi padre. Quizá sí pasó y no lo recuerdo.
Los brazos que me cargan me bajan del camión y me sueltan en la arena. No sé cuánto tiempo pasa hasta que oigo los cascabeles de serpientes locales. No recuerdo mi edad, sólo algunas memorias se quedan en mi mente mientras siento el atardecer asomarse por última vez, lo siento en el cuello quemarme por última vez.
Todos los recuerdos de infancia sobresalen en la muerte, los olores y sonidos de los sábados, los miércoles de lluvias, los arcoíris que salían de las nubes y se quedaban por el tiempo necesario para que se lo platicara a mi abuela.
Ahí estaré, tratando de esperar esos arcoíris. Bailando en la tormenta, esperando que llegues tú para que el sol salga un poco.
Eugenio Gutiérrez, © 2024
Home
Sobre Mí
Soy Eugenio Gutiérrez y mis ojos están llenos de historias.
