
Desapareció la sierra madre
Se acabaron los goles de mundiales
Se abrió la última botella de vino
Se prendió el último cigarro en un festival
Se acabaron los miedos de decir la verdad
Se recicló la última botella de coca cola
Se rescató el último niño en el medio oriente
Se acabó el último primer beso adolescente
Llovió por última vez en Oregon
Se acabó el sol en el desierto regiomontano
Ya no hay confesiones de amor con serenata
Ya no hay historias nuevas
Cayeron lágrimas en el baño por última vez
Se generó fricción entre jeans por última vez en el cine
El comedor se llenó por última vez
La cocina no huele a maravillas
El sol no tatúa nostalgias
Las nubes no desvanecen la apatía diaria
Se acabó la hueva del domingo, los abrazos de hermano, las ilusiones de una carta, el amor a distancia, el amor cercano, los días soleados, la huella de una mascota arruinando tu camisa favorita, los salarios, las horas libres, las asistencias, las promesas. Se vuelve blanco. Crea opacidad. Solo siento mi respiro, Ya no hay nada. No existe nada más. No puede existir. Mi padre ya no me ofrece cerveza. Mi madre ya no me ofrece una clase para pasar mis tardes con miseria, mi hermana ya no se ríe junto a mí. Mi hermano no recuerda mi nombre. Mis abuelos piensan que soy vendedor. Mi perro no reconoce mi olor, ni mi voz, ni mi rostro. Ni yo lo recuerdo. Cancelaron clases, cancelaron todo. Es asueto con puente que brinca toda la semana. Ya no hay estados de mente. Todos viven cómo fantasmas rondando las calles. Buscando un halago accidental. Ya no existen problemas de dinero, solo de alma. Huyo de mis noches para buscar amaneceres. Nazco al correr. Corro para buscar una salida, al escapar me encuentro un poco. No hay fogatas, ni historias que contar. No hay encuentros mágicos con mujeres hermosas en supermercados. No hay amor que dure. No hay mensajes de reencuentro. No hay reinicios. No hay segundas oportunidades. No hay nostalgia. Solo fuerzas extrañas que nos fuerzan a resistir el cambio.
Pero existe una mujer. Que va por las calles ofreciendo consejos. Haciendo sonreír a pasajeros afortunados. Me hace sonreír a mí. Tiene ese efecto con las personas. Causa que claveles florezcan alrededor de su cuello. Viaja conmigo de vez en cuando en mi carro. Me cuenta lo que la hace sufrir, comparto algún comentario que pudiera hacer que piense más de mí. La hago reír sin querer. Creo que es bueno. Creo que todos quisieran admirarla como yo la admiro. Siempre la recojo en el mismo lugar. Solo andamos en el carro, no nos bajamos a cenar, ni a mi casa. Porta 32 perlas blancas que se alinean como los astros para formar una constelación que esconde una voz que causa celos a los ángeles. Es un amanecer en este mundo lleno de neblina. Cada célula de mi cuerpo se prende en fuego al verla sonreír. Pide que acelere hasta el punto que grita. Pide Bruce Springsteen sin parar. Pide que el viento nos dañe el pelo. Porta los mismos lentes de sol, Cartier. Aveces arriesgo nuestras vidas para verla en medio de la carretera. Y cada vez vale la pena. Cada vez que volteo pierdo un miedo, el sol se encaja entre su cabello, sus ojos se confunden con los colores del cielo, su sonrisa invade mi vida, ese momento es el atardecer perfecto, dónde está ella sonriendo. El sonido del carro rascando el asfalto, su imagen acuchillándome la encía, su voz sofocando mis vértebras, su pelo navegando mis arterias, su mano sobre mi hombro resucitando la vida en mí.
Cada vez que lo hago el mundo pierde un kilómetro cuadrado de neblina. Lentamente la Sierra Madre aparece. Cada día, ella va resucitando la vida de la ciudad. De repente es primavera y me levanto temprano. De repente la música no tiene distorsión, y la cocina está llena de familiares. El sol salió y está en mi carro cantando que quiere correr sin parar, quiere amar hasta que muera, y yo estoy listo para morir.
Eugenio Gutiérrez, ©2025

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