
El color morado me impide ver durante el día, en las noches me causa derrumbarme, el pasado no existe, es un láser apuntando hacia nuestros templos, forzándonos a rezarle, impidiendo que veamos nuestro presente como un regalo. Eso que me mata, la incertidumbre al dormir, una gripa cualquiera.
Cómo acomodarías las estrellas esta noche si sabrías que sería la última. Sería tan hermoso el mundo si no contáramos los días, si pudieras escoger tu fin de semana. Qué tan fuerte tirarías un golpe para salvarte de caer esclavo de ti mismo, pensar que todo se basa en ti.
Hay una canción y una mujer que me deja pensando en lo que pudiera hacer, en lo que pude hacer, pero el pasado no existe, sólo es una memoria que lentamente desaparece, sólo existe el momento clave en el que te entrego una carta, un pedazo de mi alma, ¿será un error?
Solo me quiero deshacer un poco de las sombras que me controlan a través de mis medios días, me cambian los ojos, me cambian el color de la piel que se encuentra debajo de mis ojos, me hace ver cansado, sin ganas, me tuerce y me esclavizan las palabras.
Vivimos vidas infinitas al mismo tiempo, se llama imaginación, se llama no poner atención en clase de matemáticas. Tengo una conversación con un loco, ese del espejo, me dice tanto sin mover los labios, me habla con la postura de sus hombros, ¿quién será ese?. Ese me apunta con una pistola, o una mirada, u otra cosa igualmente peligrosa, me genera alivio pensar que ese soy yo. Me genera miedo no sentir la lluvia mientras la veo caer gracias a el faro de la calle que está en el presente. En el futuro aún no hay calle, y allá en el pasado hay un tráfico parecido al de Gonzalitos, de ahí ya no regresas, afortunadamente un gran samaritano ha quitado la vuelta en u, y me quedo en esta calle del presente, que sólo puedes ver tu próximo paso.
Eugenio Gutiérrez, © 2023

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