Martes de insomnio

Eugenio Gutiérrez


Autos color dolor de cabeza

Una franja naranja arruinando el miércoles. Exponiendo las verdades más crueles de cada pasajero. Te apunta a ti, te juzga como si fuera juez, jurado y verdugo. Tratando de someterte en el pozo de la injusticia. Y el día sigue estando naranja. Cómo una pintura surrealista de Dalí. Facturando cada instante que dejas de respirar. Fusilando tus oportunidades de poder inhalar recuerdos. Agujas te penetran las cejas al recordar tu infancia, no sabes identificar qué parte de tu rostro recuerda mostrar gratitud. Te bajas de tu carro que resalta el color del día. Trabajas en tu carácter para verte más aceptable frente a tu familia. 

Solo puedes quedarte en posición dorsal apuntando hacia al sur. Donde vienen en camino tus profesores de Humanidades, a conversar sobre tu camino vocacional. Superando lentamente los martes, acostumbrándote a la recta final que se presenta detrás de ti. Inoculando apatía en la garganta. Rascándote las orejas. Penetrándote la espalda. Sin punto de escape. Todo tu cuerpo es sofocado hasta el punto que puedes sentir. Eres levitada sobre la mesa del comedor. Eres fragilizada por tu aerolínea favorita. Un empaque más, una carta de cumpleaños menos, un gasto festivo menos. 

Una turbulencia en donde no sueles cuestionar los orígenes de enfermedades transmitidas por mosquitos. No sabes nada, no lo quieres saber. Idealizas la muerte. Idealizas la conformidad. Idealizas los carros naranjas, la fruta podrida, los asuetos, fierros oxidados de fábricas distópicas matando lentamente las zonas rurales. 

Me dejo caer hacia la nube, surtiendo mi cabello, girando, igualando las revoluciones por minuto que requiero para volver a pensar en ti. No paro de caer. Abro los ojos y me sobornan los párpados. Un olor asalta mi sistema nervioso. Tu risa congela mi caída, quedo atrapado en medio de un hoyo negro, el tiempo se congela, mi cuerpo se desintegra. Se me olvida como respirar. Se me olvida cómo pensar. Se me van cayendo los dedos, uno por uno, los brazos se me quiebran, mis piernas se hacen polvo, mi torso se convierte en la sombra del fondo. No veo absolutamente nada. No siento.

Dicen que al morir se te aparecen los mejores momentos de tu vida, dicen que aparecen instantes de tu infancia, tus padres, tu día de bodas, el nacimiento de tus hijos, la muerte de un hermano, tu primer beso, tu graduación, tu primer gol. Pero nunca pasa eso, la muerte no es tan cinéfila. Solo un inhalación de desdén. Apuntando hacia mi. Congelando mi pecho.

Una calle, 53 metros. Soledad. Av. Juan Escutia. La calle está mojada, pero no está nublado. Estoy dentro de la nube, o de una montaña, dentro del cielo o del purgatorio. Un faro. Ilusionándome de algo más allá de él. Pero una intuición me dice que ahí es de donde van todos los padres nuestros. Camino lentamente, apreciando el bosque que sobresale. Los árboles tuercen hacia adentro. Llueve clavos. Llueve jamaica. Persigo mi propia sombra. Denuncio el asfalto que me empeora el miércoles. Se me cae el cabello, se me cae la ropa, se me cae el cuerpo, me hundo hacia la calle.

Es el momento perfecto para que aparezcas ya, despertándome, ofreciendo café puro colombiano, mientras el sol nos penetra la piel, mientras que de la ciudad desaparece una hectárea por cada parpadeo. La cama destendida, tu pelo desacomodado, tu pulgar izquierdo haciéndome vivir. Tus pupilas invitándome a convertirnos en náufragos. 

Ahora es cuando más te necesito, cuando más pujo tu nombre. La calle se vuelve naranja, el cielo se cae a pedazos. La niebla se convierte en una pared de ladrillos. La luz se entierra en bipolaridad al parpadear entre naranja y negro. Cómo si la eternidad fuera una técnica de tortura china. Llueve miserias, nieva dagas. El infierno de Dante revisualizado. “Una vista al infierno interior de la humanidad en la sociedad contemporánea” Salón 201. Piso 82. 6:30am. Escucho la risa del diablo, me llama por mi apellido, por mi matrícula, por mi número de seguro social, mi CURP, mi código de barras, mi código QR, mi clasificación étnica, mi graduación de lentes, mi tipo de sangre, mi apodo de secundaria, me dice padre, hermano, infiel, pendejo, irrelevante, abstinente, inservible.

El cielo se derrite, el infierno se eleva, el mundo se quiebra. Juego con mi destino un poco. Sonrío, lo suficiente para hacerlo irónico. Saco un cigarro. Me río. ¿qué más puedo hacer? Pienso en ti, a ver si cambias mi destino. A ver si aparece una cuerda dorada para regresarme a esa cama, a esa mañana, a esos ojos.  Al momento en el que tu pelo se vuelve en el lienzo ideal. Exhalo una última vez. ¿Si ya morí, entonces que sigue? ¿Algún otra condena? ¿Algún momento de realización? ¿Alguna reflexión? ¿Cuánto quieren? ¿Una laguna de lágrimas? ¿Un mar rojo? ¿Un bosque de miserias? ¿Una ciudad de rotos corazones? ¿Un campo de epilepsias? ¿Una cuchilla atravesándome la costilla, dándome entender cómo la he cagado? ¿Un veneno que me deje todas las respuestas? ¿Un suero que me las quite? ¿Una manzana que me quite todo?

Ahora no despierto, no abro los ojos, no hay algo especial que me saque, ningún recuerdo, ningún perfume, ninguna canción. Ninguna ola de conformidad cegando mis posibilidades de escapar. Ningún rayo de sol cambiando la época. Ningún fantasma proporcionando el camino indicado.

Un segundo. Un instante. Todo lo que pido. Un instante fuera de la oscuridad. Para verla, para gozarla. Para quedarme vivo. Para que me pueda revivir. Para poder estar conforme en la eternidad. Una fracción de segundo con ella, para que pueda vivir. Para que pueda disculparme, o quedarme completamente callado. Para rezar. Para arrepentirme. Para caminar sobre el techo. Para aprovechar. Para flotar sobre el océano. Para probar la puta pesca. Para dedicarme a la fotografía o a la agricultura. Para ver a México campeón. Para volver a cagarla. Para probar langosta. Para escalar el Everest sin abrir los ojos. Para nadar desnudo en el Sena. Para congelarme. Para morir de calor. Para experimentar con todas las drogas recreacionales. Para ilusionarme como idiota. Para llamarle a mis padres. Para aprender a cocinar Ratatouille. Para volver a reír junto a mi hermana. Para causar una pelea en un bar. Para cagarla al momento de cortarme el pelo. Para tatuarme una estupidez en el chamorro izquierdo. Para lesionarme la rodilla y nunca llegar a la liga. Para tener huevos para decir “te amo”. Para dilatarte las pupilas. Para sangrar por las orejas. Para pintarte los senos con mi acrílico preferido. Para pedirle perdón a mi psicóloga. Para matar coyotes junto a mi perro. Para gozar un atardecer perfecto en un martes cualquiera. Para crear el viaje en el tiempo y quemar la fórmula. Para llorar en el cine. Para llorar en el soriana de la esquina. Para cantar la peor canción que pongan en la radio. Para drogarme con el pordiosero en Gonzalitos. Para vender mi casa y comprarme un Porsche. Para vivir por dar abrazos gratis. Para poder volar. Para nunca parpadear. Para disculparme. Para decir si. Para fumar. Para pelearme con la oscuridad. Para morir sobre un volcán, sacrificándome por ti. Para escribir la obra de teatro perfecta, para escribirme en la clavícula todas las líneas. Para unirme con los grandes. Para poder escribir sobre el viento. Para tatuarme TE AMO en la lengua en braille. Para salvar a John Lennon. Para salvar a mi abuela. Para encontrarte la joya perfecta. Para poder abrazar a mi hermano. Para morir apasionado. Para morir sonriendo. Para inyectarme las flores que aparecen junto a tu rostro.

Eugenio Gutiérrez, ©2025.



Deja un comentario

Sobre Mí

Soy Eugenio Gutiérrez y mis ojos están llenos de historias.

Newsletter