
Una farsa eterna de chispas constantes apretándome el cuello levitando sobre un cañón argentino. Una cartera vacía que pesa más que el Everest. ¿Habrá que morir para después vivir? La avenida se mueve hacia mí. Se mueve el cielo, se mueve el sol tratando de decir que soy un pendejo. Almas pasadas me rodean, caigo inocente en los pecados del amor. Culpable de todo lo demás, todo lo demás que se asoma por el cuarto piso. Aquellas cortinas amarillas que filtran la peor parte del sol, la que me grita hasta con apellido. El café hace su propósito opuesto, el alcohol solo navega mi flujo sanguíneo sin sentido.
Soy un idiota que genera ansiedad al verme al espejo.
Busco respuestas y preguntas para cagarme de miedo, parece que soy un imán de tragedias, quizá solo tengo que irme yo. Quizá soy el salado.
Reír entre besos, respirar tambaleando, palpitar irregularmente hasta quedar con la visión borrosa.
Tendremos que sonreír a un extraño hondureño para un sueldo, cantar sin sentido en la primera clase del lunes para poder beber agua, amar hasta el tope, hasta que las hemorragias me alcancen para poder verla a los ojos, tendré que gritar versos para poder inhalar el oxígeno que me robas.
Me merezco escombro, y me regalaste un campo de flores de Ámsterdam.
¿Tendremos que amar hasta no respirar?
Entonces me asfixiaré sin pretexto.
Eugenio Gutiérrez, © 2024

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