Martes de insomnio

Eugenio Gutiérrez


Climas agridulces

Me dirijo hacia el corazón del desierto. Atado a un asiento de camión escolar, gotas saladas me refrescan las mejillas, mi cabello seco no me permite abrir los ojos. Tengo un paliacate negro metido en la boca. Trato de mover mis manos pero mi piel se destroza al al tallarse con el mecate, seguro del rancho de quien va manejando.. 

Volteo alrededor, mi asiento es el único que tiene la cortina de la ventana abierta, el sol coahuilense haciendo sus deberes diarios de matar a turistas norteados, extinguiendo plantas, descomponiendo motores de carros. 

Pienso en morir, ¿qué puede estar peor que esto? ¿Qué hice para terminar aquí? 

Pienso en el clima frío de mi salón de computación en la primaria. El frío del sabalito de limón de la cafetería, el frío prometido que nunca se cumplió en el salón de historia.

Y ahora estoy donde nunca, ojalá me lleven a Monclova, ojalá sea mi padre el conductor, ojalá el sudor sólo sea por el sol, ojalá la sangre que sienta en las costillas sea jamaica de mi abuela.

Intento sacar telarañas de mi muñeca, para saber si mis deseos de cumpleaños de ser el hombre araña se pueden cumplir cuando más los necesito.

No siento mis piernas, mis zapatos no existen. Estoy descalzo pero sin un dedo del pie. Estoy sangrando de todas las partes del cuerpo. Estoy vacío, la sangre cambia el color del asiento lleno de polvo. 

Me pregunto si existe el paraíso. Si esto es lo más bajo que alguien puede estar, ¿cuál sería el lugar más alto?

No tengo miedo, sé quién estará esperándome al caer. El camión sigue avanzando parece ir a la deriva, rodeado de fantasmas. 

Ya no puedo abrir los ojos, no siento mi cuerpo, sólo siento mis pestañas contraerse. Dos brazos me quitan del asiento y me mueven a la puerta del camión. Ya sé que es lo que sigue. Le pido a todos los santos que me salven, que me den otro día, otra hora más. Otra hora más para abrazar, para mirar. Pero no pasa nada. Lo que queda de mis pies hace fricción con el polvo del pasillo. Recuerdo cuando quería ir a todos los parques nacionales estadounidenses con mi padre. Quizá sí pasó y no lo recuerdo.

Los brazos que me cargan me bajan del camión y me sueltan en la arena. No sé cuánto tiempo pasa hasta que oigo los cascabeles de serpientes locales. No recuerdo mi edad, sólo algunas memorias se quedan en mi mente mientras siento el atardecer asomarse por última vez, lo siento en el cuello quemarme por última vez.  

Todos los recuerdos de infancia sobresalen en la muerte, los olores y sonidos de los sábados, los miércoles de lluvias, los arcoíris que salían de las nubes y se quedaban por el tiempo necesario para que se lo platicara a mi abuela. 

Ahí estaré, tratando de esperar esos arcoíris. Bailando en la tormenta, esperando que llegues tú para que el sol salga un poco.

Eugenio Gutiérrez, © 2024



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Sobre Mí

Soy Eugenio Gutiérrez y mis ojos están llenos de historias.

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