
Una pareja distante se dirige hacia el elevador del piso 16 del edificio de departamentos costosos, no hablan, él selecciona el botón del sótano uno. Cuando él la voltea a ver y trata de decir algo, ella suspira de una manera exagerada para que no se escucharan sus palabras.
Él cree en el amor, ella no le cree a él.
Llegan a su Jeep negro mate, y ella no deja que le abra la puerta. Se dirigen hacia una fiesta a la cual ninguno de los dos querían ir.
Como si estuvieran mudos, sólo se miran de diferentes maneras y tocan barra del bar, mandándose mensajes en código morse.
Las uñas que de ella crujen la madera fina de la barra. Él siente los siete pecados capitales escondidos en las telas rojas del vestido que ella porta. Sus hombros lo persuaden a seguir rogándole.
Ella paró de mirar hacia el techo, en donde parecía buscar respuestas de un examen de matemáticas. Él tiene su mirada clavada en el vestido, ha dejado de escuchar, ahora ve el ambiente borroso. Imagina su lengua haciendo contacto con sus dientes y paladar, aunque luego siguiera un reclamo de ella.
Ahora se odian, antes se amaban, en algún tiempo no se escapaban de sus miradas, ahora sólo esperan quedarse dormidos para no poder ver la cara del otro.
Sólo se aman cuando duermen, y sólo duermen cuando paran de amar. Cada día buscan una excusa para evitar sus labios.
Él piensa lo que sería volver a vivir aquellas miradas imponentes y mágicas, cómo sería volver a sentir sus manos frías pero cálidas, cómo sería acariciar sus clavículas una vez más.
Ahora él tiende a escuchar ciertas canciones de Pxndx, ella busca alguien que se la tome en serio. Él sueña con ese vestido rojo, esa actitud silenciosa, esos tacones diabólicos.
Eugenio Gutiérrez, © 2024

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