
Y así nos encontramos muchos. A la orilla del escape, al alcance de la victoria, a un beso de ser felices. El bosque eterno que es esta ciudad se inunda con llamas, sólo queda un árbol débil y sucio. Sólo queda esta banca con olor a la leña sagrada de mi abuelo. Me acuesto sobre esta banca y lo único que puedo hacer es sacar mi pluma y libreta y escribir sobre lo que pasa. Llamas del infierno queman nuestros principios.
No sé si ya nos quemó, estoy muy ocupado tratando de describir la textura del árbol, quizá nada se esté quemando y sólo llegaste tú, quizás se quema todo por la falta de tu presencia.
Todo lo ambiental vale madres, todo lo veo borroso, me asombro de la habilidad de este árbol de no morir, como un boxeador en el quinto round, como un estudiante cualquiera en finales. Todo el mundo se caía en una avalancha, y este grandioso árbol seguía verde, sus hermanos ya eran cenizas, quizás yo ya era polvo o algo similar, pero alguna parte de mi siguió viendo los edificios de residencias explotar simultáneamente, como las bombas de los rusos, como un seis en mate, como mirarte en confusión.
Eugenio Gutiérrez, © 2023

Deja un comentario