
Escondiendo sus principios, enterrando sus motivos, arrastrando su miseria, estábamos donde los silencios dan punzadas en los oídos, ella cubría sus cejas con un libro que no sabía de qué trata. Sólo mueve su pie contra el piso, como si Spinetta estuviera pisando el pedal de distorsión. Ella se distorsiona, se oculta en su sombra, ama las noches brillantes, y piensa en lo que le falta, un poema, una palabra que nunca le dijeron.
¿Te recuerda a él lo que lees? A lociones preferidas, zapatos reconocidos, olor a carro nuevo. Yo te cuento mi libro, inicia con un chico que en todos los momentos se siente como un jugador entrenando para algo importante, pero no sabiendo contra quien irá en la final, peleando contra mis demonios de donde salen ángeles.
Tirarnos es lo que nos cura, donde nos pique el pasto, y cuando volteemos hacia el cielo relacionar la vía láctea con tus ojos. A eso aspiro, regalar poemas, traerlos tatuados en mis manos para que los puedas leer, para que sientas lo que leo, para que pueda caminar sobre lo que me decepciona, para levitar sobre tu pelo liso y chino. Que esto se traté de los poemas y no de los contratos, que las casualidades no existan, que mis calcetas de tréboles solo las use por gusto. Que nos defina lo que hemos hecho bien, no en lo que la hemos cagado.
Tendremos que seguir brillando después de las olas de fuego, usar las chispas que nos regale la marea, y usarlas para desaparecer el frío. Bailar mientras subimos las escaleras, y cantar como en un musical. Encontrar canciones por accidente, y escuchar los suspiros del cubículo de al lado, las promesas de los vecinos, la desesperación de la bibliotecaria al saber que su hija chocó en Morones Prieto.
Escuchar melodías que vuelan por la tarde, como alientos de la cocina de la abuela, tener la tentación de suspirar por varias ocasiones, para imaginarnos sonriendo.
Me imagino un café italiano, un atardecer que se refleja en el río cercano, me imagino con un periódico, del año que quieras, y con la mirada fija hacia el cielo que va escondiéndose lentamente en un bolsillo. Hasta que llegas tú viendo lo que estoy viendo, y me explicarías cómo te convertiste en artista famosa, me platicarías cómo colgaron una de tus obras en el Museo del Louvre. Y nos quedaríamos hablando hasta que el sol saliera de la cueva donde se esconden los poetas.
Eugenio Gutiérrez, © 2023

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