
Camino sobre las coronas del rey, sobre las lágrimas de la reina, la marea me jala hacia eso que no conozco, el mar lejano. Inserto mis uñas sobre la arena, la que me hunde.
Caminaba sobre el desierto húmedo, oliendo las brisas y las cigüeñas. Y de repente se sentía como domingo, trotando hacia el primer día de clases, se sentía alarmante la cantidad de sol que había, lo único que esperaba que pasara era que el sol se escondiera en una nube vieja y débil, dejé de pensar para no acordarme lo que me plantean mis sueños.
Me encuentro en medio de una tormenta. El viento monstruoso me avienta hacia el piso, de pronto extraño el sol. De pronto me arrepiento, de pronto pido perdón. La tormenta me lleva hacia las profundidades del océano, lágrimas se acumulan en las olas, me muevo junto a los peces muertos, siento que ya no existe ningún par de ojos listos para salvarme, para detener la tormenta, para lanzarme un salvavidas, para ser mi salvavidas.
Aunque los días de playas se sientan eternos, los domingos no son, y esperemos que los amores si sean.
Que la inspiración me controle como un títere, que la luna nos ilumine el camino al mañana.
A diez minutos del mediodía, con cierta música, me sentía en otro mundo, uno donde se sonríe mientras se baila, y se celebra vivir cada día. Donde el cielo y el mar intercambiaban colores, y el sol envidiaba la luna. Me imaginaba casas de vidrio y ropa blanca, como una foto familiar.
Al final del mar veía algo mejor que el sol, una presencia que me movía de dimensiones, a través del vidrio oceánico, ella, intercambié dos o tres miradas con ella, seis o siete. O no sé si me vio. Pero yo sentí explosiones dentro de lo que llamo alma. Ella, con una tela blanca sobre sus hombros, yo cubriendo mi boca de mis dientes que se escapan. Ella con un libro de Jojo Moyes. Ella con el pelo que me deja con problemas cardiovasculares, y unos ojos que son capaces de ver Andrómeda, mis ojos se sentían imanes junto a los suyos. El atardecer combinaba con su pelo.
No la volví a ver, hasta que cerré los ojos, me imagino todo, que puedo sentir sus palmas mientras las palmeras se paseaban de norte a sur, y las olas acercándose más hacia nosotros.
Eugenio Gutiérrez, © 2023

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