
Se derrumbaban las nubes, me quedaba en silencio, el viento frío pasaba sobre mi, parecían luces de escenario, cayó la lluvia, no me movía, solo me imaginaba toda mi vida, las lágrimas caían a máxima velocidad, cada gota como una memoria inolvidable, la mayoría incluía tu mirada, o tu cadera.
Empieza a oler a tierra mojada, los olores me llenan la mente de recuerdos, de felicidad momentánea, de noches donde no brilla la luna. Las nubes se acercan poco a poco, me llenan mi visión periférica de gris, se alargan mis dudas.
La soledad es un hechizo, nadie responde a su nombre en la oscuridad, nadie se quiere encontrar. Las luces del cielo nocturno me llenan de insomnio, de preocupación, ya no estoy seguro de qué tipo de ojos quiero ver cuando amanezca, por cuál cadera ilusionarme, por cuál boca sonreír. Todo empieza en la mirada, y termina en el abrazo. En tu caso empezó con el mejor abrazo, y continua con sonrisas diarias.
Lo único que necesité fue verte salir de esa puerta, inmaculada, imán para mis ojos. Jamás volverá a suceder ese momento, ese momento que te di ochenta mil poemas con mi fémures.
De ella aprendí cómo amar, pero de ti quiero aprender a mirar, a cambiar la vida de alguien con solo extender los labios. Nos acordaremos para siempre de nuestros bailes solitarios en la oscuridad, sin miedo de monstruos, ni extraterrestres, baladas de fondo, mi mano derecha en tu cadera, la izquierda con tu mano derecha, mi frente plasmada a la tuya, y mis labios en los tuyos. Veía tu mirada sin poder ver tus ojos.
Algunas cosas nunca se olvidan, como el sabor de las gotas, la canción del primer beso, el techo de tu cuarto, las primeras palabras que te escuché. Los atardeceres que pasaban y nosotros seguiamos abrazados. Las galaxias que veía en tus ojos, cómo debilitabas mis piernas al acercarte.
Siempre terminamos regresando al primer amor.
Eugenio Gutiérrez, ® 2023

Deja un comentario